Alimentación intuitiva: un enfoque que requiere adaptaciones y acompañamiento
La cultura de las dietas ha influido durante décadas en cómo percibimos la comida y nuestro cuerpo, privilegiando recomendaciones externas y juicios sobre hábitos alimentarios en lugar de atender las señales internas como el hambre o la saciedad. Frente a este paradigma, en los años 90 surgió la alimentación intuitiva, un enfoque que busca sanar la relación con la comida priorizando la conexión con el propio cuerpo y promoviendo el bienestar emocional.
Sin embargo, esta propuesta no está diseñada para la pérdida de peso ni para comer sin control, sino para fomentar una relación respetuosa y consciente con los alimentos. A pesar de sus beneficios demostrados, no todas las personas pueden adoptar esta práctica tal cual se plantea inicialmente. Factores físicos, emocionales y sociales pueden dificultar o impedir escuchar las señales corporales, haciendo necesario un acompañamiento profesional y adaptaciones personalizadas.
Personas con estrés crónico, trastornos alimentarios, condiciones médicas como dolor persistente, o neurodiversidad —incluyendo autismo y TDAH— enfrentan desafíos particulares para aplicar la alimentación intuitiva. En estos casos, seguir únicamente el principio de “escuchar al cuerpo” puede resultar confuso o incluso perjudicial sin un marco terapéutico que considere sus necesidades específicas.
Por ello, especialistas en salud insisten en que la alimentación intuitiva debe abordarse con sensibilidad y realismo, evitando simplificaciones o frases motivacionales vacías. Solo a través de una práctica clínica ética y contextualizada se puede garantizar un acompañamiento efectivo que respete la diversidad de experiencias y condiciones individuales.