Rusia lanza una visa para atraer a migrantes con valores conservadores y desafiar al mundo occidental
En agosto de 2024, el presidente ruso Vladimir Putin anunció un nuevo permiso de residencia denominado “Visa de Valores Compartidos”, destinado a extranjeros que compartan los valores espirituales y morales promovidos por Rusia. Esta visa, informalmente llamada “visa antiwoke”, está dirigida principalmente a ciudadanos o residentes permanentes de países occidentales como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Australia y Japón.
Según las autoridades rusas, el objetivo es brindar asistencia humanitaria a personas que rechazan las políticas liberales y progresistas predominantes en sus países de origen, especialmente en temas relacionados con la familia, la religión, la identidad de género y la diversidad sexual. Los solicitantes deben expresar desacuerdo con las políticas de sus naciones, pero no se les exige demostrar conocimiento del idioma ruso ni de la cultura local.
La visa permite residir en Rusia por tres años con opción a renovación y eventual solicitud de ciudadanía. Hasta mayo de 2025, más de mil personas han solicitado este visado, siendo los alemanes el grupo más numeroso. Casos como el de la familia estadounidense Hare han sido ampliamente difundidos por medios estatales rusos, quienes destacan su búsqueda de un entorno más alineado con valores tradicionales.
La legisladora rusa María Butina, promotora del programa y exconvicta en EE. UU. por actividades como agente extranjera no registrada, dirige una organización que facilita estos trámites y promueve historias favorables sobre Rusia en medios estatales sancionados internacionalmente. Investigaciones independientes señalan que estas acciones forman parte de una estrategia para mejorar la imagen del Kremlin ante sanciones internacionales y el conflicto en Ucrania.
Expertos internacionales interpretan esta iniciativa como un instrumento simbólico y estratégico para fortalecer el poder blando ruso. Busca proyectar a Rusia como refugio para quienes rechazan las transformaciones sociales occidentales y fomentar divisiones internas en Europa y América del Norte entre sectores conservadores y progresistas. Además, responde a desafíos demográficos internos derivados de baja natalidad y pérdidas humanas vinculadas al conflicto bélico.
El académico Guido Larson destaca que esta política persigue influir en la opinión pública global alineándose con cosmovisiones conservadoras, mientras contrarresta narrativas occidentales que califican al Kremlin como un actor agresivo e incumplidor del derecho internacional. En definitiva, se trata de una acción calculada para debilitar la cohesión social occidental desde dentro.